jueves, 31 de marzo de 2016

159. Pedro


Un hombre que ronda los 60 años, al que bautizaremos secretamente como Pedro, que pasea como yo por el paseo del Prado, se detiene a observar una de esas pequeñas estatuas en las que normalmente nadie repara. En el ajetreado Madrid sólo importa el destino de nuestro viaje, no el camino; y si podemos emplear un minuto menos, lo haremos. Sin embargo, Pedro parece como si hubiera alcanzado algo que el resto no comprendemos. Ha llegado a entender que nuestro destino seguirá ahí, aunque lleguemos algo más tarde, y que lo que marca la diferencia es el recorrido previo. Cuando yo llegue a casa, sólo recordaré de donde partí y a qué hora he llegado, mientras Pedro estará recordando a esa diosa de piedra que adorna nuestras calles, o a esos gorriones rapiñando migas de una terraza.

Me puse a pensar en Pedro, y ya que me he inventado un nombre para él, también lo hago con su vida. Y me imagino al Pedro de 20 años soñando con su futuro, con sus hijos presentándole a sus novias, con un par de gatos recibiéndole al llegar a casa y su pasaporte lleno de sellos de todo el mundo.

Sin embargo, no se casó. Ella (y él sabía que tenía que ser precisamente ella) buscó el amor en un hombre extranjero que le hacía reír y con el que llegó a ser muy feliz. Y Pedro sufrió, lloró, pero nunca dejó que ella lo notase. Terminó alegrándose mucho por ella, y llegó a entender que no la necesitaba para estar completo. Tampoco tiene gatos; tuvo uno durante apenas unas horas, lo que tardó en comprender que, si quería seguir respirando, debía deshacerse de su fuente de alergia. Ahora vuelca su amor en esos canarios que sus sobrinos le regalaron. Y viajó, eso sí, pero apenas salió de España. Falta de dinero, de tiempo, de compañeros de viaje...

¿Y es Pedro feliz? Lo es. Muy feliz. Ha comprendido que está bien tener metas y luchar por ellas, pero que no siempre se consiguen. Y no, no es frustrante, porque se queda con lo que sí consigue. Ha aprendido a disfrutar con todo lo que tiene a su alcance. Ha decidido no quedarse parado, y vivir. Vivir las cosas buenas y las malas, porque todas son necesarias. "La vida es maravillosa" y "la vida es una mierda", ambas las ha escuchado a menudo; y ambas son ciertas. Sólo depende de cómo lo vea cada uno. Pedro ha optado por quedarse con las cosas buenas y, en lugar de meterse en un atasco para llegar un poco antes a casa, enfadado y agotado, prefiere pararse a aprender un poco más sobre quién es esa chica de mármol medio desnuda, y por qué Madrid le rinde homenaje.

Gracias, Pedro.

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