lunes, 5 de agosto de 2013

123. Un final


Creí haber pasado ya lo más doloroso, pero no era así.

Cuando se muere alguien cercano, los momentos inmediatamente posteriores a recibir la noticia son terribles. Te mareas, tienes una cierta sensación de irrealidad, agravados encima por ser algo tan inesperado. Un accidente, sin más, en un día cualquiera, en un paso de cebra cualquiera, y de pronto todo cambia. Hay lloros, hay angustia, hay familiares destrozados...

Pero, como digo, los acontecimientos me llevaron a un hecho aún más duro. Sostenía en mis manos tus llaves, que había rescatado de tus objetos personales. Era de lo poco que llevabas encima, además del móvil destrozado, unas monedas y un paquete de tabaco. Me correspondía a mí ser el primero en pisar aquel apartamento, adelantándome a tus propios hermanos. Ese piso que tantas veces visité, con las cenas, las noches de Play y los preparativos para salir de bares.

Era la primera vez que estaba allí solo, y era una sensación muy rara. Como si estuviese poniéndome tu ropa. Como si violase tu intimidad. Me sentía incómodo en aquel sitio que había sido casi como mi segunda casa. Y comencé a comprender lo que es una vida rota, interrumpida bruscamente a mitad de la película, sin avisar, sin darte tiempo a terminar nada. Todo queda expuesto, tu intimidad revelada, y tus proyectos inacabados.

Vi aquel lienzo que habías preparado para retomar lo que nunca debiste haber dejado. Y esos libros de inglés, en los que te dejaste una pasta apenas una semana antes, para empezar el nuevo curso en la academia. Tenías mucha ilusión, porque en breve estarías preparado para ese examen oficial. Todo, proyectos inacabados, que ahora jamás retomarás. Y la sorpresa del escritorio: otro libro, este más pequeño, de bolsillo. Sí, el que te recomendé pese a tus reticencias, pero que al final habías empezado a leer sin decírmelo para darme la sorpresa. Y tu bote de monedas, ese ahorro extra que te ayudaría a organizar otra escapada de finde.

Tantas cosas tuyas, pero sobre todo tantos proyectos, tantas ilusiones, tantas cosas que se quedan a medias. Cosas que te hacían ilusión, te hacían sonreír...

Y ahí estaba yo, en tu sofá, con las lágrimas resbalando por mi cara, preguntándome por el sentido de la vida, y cómo sería el mundo si el gran Arturo, mi amigo, siguiese aquí entre nosotros. Nada sería igual, porque todos tenemos el inmenso poder de cambiar lo que nos rodea. Mi vida seguirá, y la de todos nosotros, pero alguien de golpe se ha quedado sin tinta en el boli, y no podrá escribir una sola palabra más en la historia de este mundo. Se quedó su frase a medias, no pudo ni preparar un gran final.