jueves, 7 de julio de 2016

163. Lo que queda al final


Realmente, no se enteró de la transición. Sólo recordaba la desagradable sensación de desear que todo acabase y pudiese descansar. Y no podría decir en qué preciso momento se fue, igual que cuando te duermes por una anestesia.

El hecho es que se encontraba ahora aquí. Sin saber qué es este "aquí", pues las otras personas también estaban algo desorientadas, esperando no se sabe muy bien qué. Esto no tenía nubes y arpas, ni fuego y oscuridad. Tampoco había tristeza en la gente, o desesperación; al fin y al cabo era la primera vez que se morían y no sabían ni cómo reaccionar.

Pero ahí estaban. Como si se llevasen esperando mucho tiempo y encontrarse fuera lo más normal del mundo. Toda la gente a la que había querido, y que se había ido antes o se había ido después; realmente importaba poco el orden de llegada. Y estaba su primer amor, radiante como siempre. Y su locura de verano. Y aquella amistad "especial" que tantos quebraderos de cabeza le causó. Y aquella persona con la que firmó unos papeles de unión y otros de separación unos años después. Y su amor secreto, que ahora sabía todo.

Y lo que unía a todos, en ese momento, era el amor. Nada importaban las rayadas, las complicaciones, las diferencias. Se quitó preocupaciones y se le hinchó el pecho con esa sensación tan agradable de plenitud. Comprendió que la vida es complicada, eso es inevitable, pero que al final se estaba quedando con lo que de verdad importa. Y que lo que le mantuvo vivo todos esos años, más aún que la mecánica de su corazón, fue esa conexión con la gente especial, ese cariño. Y que ni uno solo de los abrazos o los besos que dio estuvo de más, pues fue oxígeno para sus pulmones, sangre para sus venas.

No dejéis nunca de amar, pequeños, aunque os complique la vida. Benditas complicaciones.