lunes, 9 de diciembre de 2013

125. Reflexiones de primavera


No sabe por qué lo hizo, pero ese día no se subió al autobús. Pasó de largo la parada y siguió andando, calle abajo. No había razón, ni tampoco destino. Pero, simplemente, como si fuese lo más natural del mundo, sintió que ese día no debía ir a trabajar. No pensó en excusas, planes o cosas pendientes, simplemente siguió los pasos que una especie de sexto sentido, o de Destino escrito en alguna parte, le marcaban.

Tras andar un buen rato en dirección al centro de la ciudad, de pronto notó como si descendiese de su nube, como si volviese a pisar tierra, como si desapareciese esa bruma que le había llevado hasta allí, y se vio a sí mismo desde fuera. Ahí estaba, en aquellas céntricas calles que sólo pisaba algunos días, especialmente aquellos que dedicaba a compras, y que compartía con miles de personas que tenían su mismo horario laboral. Pero ahora estaba en un ambiente totalmente distinto. Era primera hora, los comercios no estaban abiertos, y la frenética actividad se había trasladado de las aceras a la calzada, y ofrecía un espectáculo de miles de coches rodeados por una densa nube de contaminación, gritos, caras amargas, pitidos de guardias y algún que otro claxon. Le resultó chocante ver aquella escena desde fuera, algo en lo que participaba diariamente desde hacía años, y ahora le resultaba tan ajeno.

Sintió una curiosa sensación de libertad, como si hubiese roto unas cadenas invisibles que le tenían preso desde hacía mucho tiempo. Una libertad que sentía normal y justa, ya que no le pareció raro poseerla, pero que no había sabido ver desde hacía mucho. Libertad para hacer lo que quisiera durante todo el día, 12 horas de Sol por delante dispuestas a ser ocupadas.

Decidió concederse a sí mismo el capricho de un desayuno principesco, así que entró en una de las cafeterías con más solera de la ciudad, y pidió un chocolate con churros junto a zumo, tostada y un poco de queso brie. Tras esto, se acercó al parque tan frecuentado por universitarios (que a esas horas aún dormían) y, aprovechando los primeros calores primaverales, decidió disfrutar de una de sus praderas.

Sentado sobre la hierba, se sintió por primera vez en mucho tiempo libre de dejar fluir sus pensamientos, aquellos siempre retenidos por un sueño descomunal, una carga de trabajo excesiva, o un agotamiento extremo. Al verse libres, estas ideas, miedos y recuerdos se agolparon precipitadamente en la cabeza de nuestro protagonista. Por ello, se sintió muy raro, golpeado a la vez por sentimientos de alegría, de tristeza, de angustia, de miedo, de frustración, de esperanza y de duda. Sólo con asentar todas las sensaciones de lo vivido la última semana dio para mucho. Aprovechando su experiencia laboral en documentación, clasificó mentalmente esos pensamientos, tarea que le llevó, aunque él no lo apreciase, mucho tiempo, para comenzar luego a desgranar cada uno de ellos.

Se vio en ese entorno, tan dado a que las jóvenes parejas diesen rienda suelta a su amor, con los chicos bocabajo tratando de ocultar sus erecciones mientras acarician a sus parejas, intentando cada vez con más descaro alcanzar su pecho, algo que ellas cortan con un repentino sentido del pudor. El típico fondo usado por los informativos para ofrecer un nuevo informe sobre sexualidad y prevención. Al verse ahí, recordó sus años de adolescencia y primera juventud. De sus torpes y tardíos inicios en el sexo. Y de pronto se vio inundado por una sombría sensación de haber perdido el tiempo, de haber malgastado torpemente su vida.

Objetivamente, no podía quejarse de la vida que llevaba, sin problemas económicos, con casa, hermanos con los que mantenía buena relación, amigos a los que paraba de ver, y muchos planes recientes y futuros. Así que, sintiéndose culpable precisamente por tener esa sensación sombría, aparentemente sin razón, la tristeza le empezó a pesar más.

¿Por qué no era capaz de sentirse del todo feliz? ¿Por qué no podía apartar esa tristeza? ¿Dónde había perdido esa alegría? Era buena gente, buen amigo, buen hermano, buen trabajador; se lo repetían continuamente. Mucho amor que dar, pero un amor que no era bien canalizado. Él tenía un papel en el mundo, y no estaba siendo capaz de cumplirlo. Sí, era eso. Estaba fallando a su Destino, a su "guionista", a su "jefe". No estaba siendo capaz de hacer aquello para lo que le contrataron al nacer, aquel papel que tenía reservado y con el que más podría marcar a los demás y dejar su huella. Cada uno tiene un talento, o una razón para estar aquí, y él, que a diferencia de mucha gente estaba descubriendo el suyo, sentía cada vez más pesar, más agobio y más angustia. Si a un delantero le fichan para marcar y no lo hace, no importa que juegue bien. Si un político es elegido para luchar por la presidencia pero no lo consigue, no habrá servido de nada.

Pero fue descubriendo algo aún peor. No sólo estaba fuera del camino que le juntaba con su Destino. Empezó a comprender que, sin desearlo, se estaba construyendo una especie de coraza que no dejaba mostrar precisamente lo mejor de sí, que le estaba bloqueando para conseguir su sueño, su anhelo, su "presidencia". Se estaba volviendo frío y desconfiado. Estaba en una espiral de la que le costaría salir...

No le importó ser el centro de atención de las miradas cuando se las lágrimas empezaron a mojarle los pantalones. Sabía que no había consuelo posible. Que el verdadero consuelo lo escondía él mismo, bien dentro, y que la puerta que conducía a él estaba absolutamente bloqueada.



Se había levantado algo de fresco, y tenía hambre. Así que se incorporó y volvió a sumergirse en el frenético ritmo de la gran ciudad. A diluirse entre la masa, a ser, simplemente, uno más. A esconder de nuevo esos sentimientos bajo el estrés, el cansancio y el sueño.



[ Reflexión escrita en marzo de 2009]

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