miércoles, 15 de febrero de 2012

086. Un día más

[ Rescatado de mi antigua web, escrito en 2006 ]


No sé qué dirección tomar. Todo se mueve demasiado rápido alrededor. Cosas que no comprendo. Objetos desconocidos para mí. Televisores de plasma se mezclan con pingüinos mágicos, mientras al fondo la taza con café se altera. El entorno va cambiando de color; sin darme cuenta, todo se ha quedado en tono sepia. Sí, alguien ha cambiado el modo de color. Vaya, vuelvo a estar dentro de la cámara. Espero que no se acabe la batería esta vez. Que dé tiempo a hacer la foto y descargarla; quedaría conojuda para el Fotolog. Pero creo que me muevo demasiado, no saldrá bien... Argh, esa música. Vuelve a sonar de fondo. ¡No, por favor! Otra vez no, siempre igual... ¡dame una tregua!

Me temo que es inevitable. Mierda, el puto despertador, como todos los días. Cojo el móvil, lo apago y lo meto conmigo en la cama. Volverá a sonar dentro de 10 minutos. Me coloco bien, de costado, disfrutando el lado más cómodo de mi almohada. Me pregunto por qué siempre me despertaré en esas posturas tan raras. Me va a doler el cuello hoy, para variar. Pero me empieza a dar un masaje, estamos desnudos en su cama. Esas manos suaves pero firmes a la vez, que me hacen sentir cada uno de mis músculos. En cuanto terminemos, nos bajaremos a la cafetería, que hemos quedado allí con la rusa que conocimos el otro día para darle unos apuntes. Lo más importante es no perderse en el laberinto que nos lleva allí. Oh, no puede ser... ¡esa maldita música!

Joder, me había vuelto a dormir, no me había dado tiempo ni a taparme con la sábana. Venga chico, esta vez sí que hay que levantarse. Que hoy quieres llegar pronto para salir antes. Reúno unas fuerzas que creía que no poseer, y de un golpe me quedo sentado al borde de la cama. Vale, lo difícil ya está hecho. Ahora hay que terminar de levantarse y arrastrarse hasta el baño, donde, después de bastante agua fría, conseguiré abrir los ojos. Eh... ¿cámara de fotos? ¿chica rusa? Dios mío, cada día sueño cosas más raras. No volveré a cenar tan tarde. Ay, el cuello, eso no ha sido un sueño. Voy a pasarlo mal hoy.

Aún con los ojos cerrados, enciendo el móvil, desactivo la alarma y me levanto al baño. Abriendo un sólo ojo, empiezo a mear, tarea que se dificulta por el conocido estado en que nos despertamos a menudo los tíos. Me lavo las manos y la cara, y con ello consigo abrir los ojos, aunque aún me costará un rato acostumbrarme a la luz.

Ay, ¿por qué no me acosté antes? ¿Por qué llevo años haciéndome la misma pregunta todas las mañanas?

Hombre, hola Socs. Has tardado en reaccionar tú también, ¿eh? Las mañanas también son duras para los perros, especialmente si son tan vagos como tú. Ahora bajamos, espera que me visto. Vale, están todas las camisas de manga corta para lavar. Hasta mañana no se pone lavadora. Así que hoy toca camiseta. Venga, vale, la azul. Total, hoy no he quedado con nadie después del curro, no hace falta que me arregle mucho. Me la pongo, junto con los pantalones, calcetines a rayas y zapatos. No pegan nada esos calcetines con los zapatos negros. Aún me pregunto por qué llevo zapatos al trabajo, si podemos ir como nos dé la gana.

Socs, tío, ¿ya estás tumbado otra vez? Estás repleto de actividad, ¿eh? Pues aprovecharé y desayuno antes de bajarte. Un café que espero sea suficiente para no tener que recurrir a la mierda negra que sale de la máquina de la oficina. Y un par de magdalenas. Ah, amigo, con esto si te levantas ¿eh? Ha sido escuchar la bolsa abrirse y ya estás aquí. No sabes tú nada. Por si cae algo.

Joder, ¡mira qué hora es! Mensajito a mi amigo: no me esperes a las 8, que no llego, voy más tarde. En fin, otra vez a ir solo. Yo no sé cómo lo hago.

Vamos, máquina de producir pelos, nos bajamos. Ah, fantástico, ahora te pones a comer. Siempre me haces la misma. Bueno, me voy lavando los dientes y preparando la cartera. Nos bajamos, hoy la vuelta será rápida. Olisquea un poquito en este trozo de césped, haz tus cosas y nos subimos. Tarde, tarde, tarde. Espero que hoy el metro no haga de las suyas, y pueda llegar a una hora razonable.

Al llegar a la boca de metro (andando, claro, nunca pasa el autobús cuando se necesita), me asaltan los repartidores de periódicos. Cojo varios, aunque el que me gusta ya se ha agotado. Bajo las escaleras guardándome todos los periódicos con una mano mientras con la otra voy sacando el Abono. Joder, la típica niña estúpida que no sabe meter el ticket en la máquina. ¡No es necesario estudiar un Máster! Vale, ya estás estresado y acabas de salir de casa, calma. Llegamos al andén. Hasta el culo, claro. "... de entre 5 y 10 minutos, rogamos disculpen las molestias. Muchas gracias". ¡Cómo no! Otro tren estropeado, otra estación inundada, u otra huelga de conductores. La razón no importa, lo único que cuenta es que otra vez llego tarde y cabreado. Y la puta señora ésta dando codazos para ponerse donde se abre la puerta... ¡como si aspirase a sentarse! Confórmate con poder respirar dentro del vagón.

Se sigue acumulando gente en el andén y, mientras, te preguntas si no habrá decidido dejar de circular y nos está tomando a todos el pelo. Te mantienes en el borde del andén, sin pisar la línea amarilla de seguridad, y piensas lo fácil que sería para alguien un poco perturbado dar un empujón y hacer caer a unos cuantos a las vías. Ante eso no podrías hacer nada, salvo ver acercarse irremediablemente esas luces hasta notar un seco y duro golpe, seguido inmediatamente de varias toneladas aplastando tus miembros, provocando un intensísimo pero breve dolor. Sería una muerte rápida. Uf, imagina qué impacto. Decenas de personas corriendo, un grupo reteniendo y hasta apaleando al loco homicida, los vigilantes de seguridad desconcertados, el conductor del metro con la cara descompuesta observando los hilos de sangre que escurren por el cristal de la cabina...

El ruido de los vagones entrando en la estación me devuelve a la realidad. Joder, estaba dormido con los ojos abiertos. Las cosas que es capaz de producir mi imaginación... La gente se empieza a poner nerviosa para no perder su sitio junto a la puerta. Y mi vena del cuello se hincha. Oh, sorpresa, el vagón viene repleto de gente. Observas los carteles pegados a los cristales... ¡Ah, no, si son las caras de los viajeros que luchan por respirar! Cuando se abren las puertas, se produce un fenómeno de descompresión que hace que la gente salga despedida. Pero la gran educación que demuestran muchos les impide dejar un pequeño pasillo para que puedan salir los que desean hacerlo. Así que se forma una especie de meleé con los empujones y patadas de los que salen, y codazos de los que entran. Te ganas unos cuantos enemigos y te sumas, casi involuntariamente, a la masa que hace fuerza por entrar. De repente, no sabes cómo, estás dentro del vagón. Bueno, "dentro" es un decir, porque medio cuerpo tuyo asoma por la puerta. Bua, comodón, que eres un comodón, ahí caben 2 ó 3 personas más. Y no es una exageración, porque, de hecho, un par de personas más intentan entrar y, sorprendentemente, lo consiguen. En fin, ya hemos formado una masa compacta, ya no se mueve nadie. Y respiramos de forma alterna, porque si intentásemos hinchar el pecho todos al mismo tiempo, no podríamos.

Me empiezan a caer las primeras gotas de sudor por la frente. Y no me puedo ni secar, a saber dónde están mis manos. Ya estamos preparados para salir, pero el conductor no debe de pensar lo mismo. Y ahí seguimos, unos minutos más, con las puertas abiertas (lo que provoca algún intento más de sumar viajeros al vagón), ahogándonos y sudando. Y compruebo que hay gente que no usa desodorante. Me empieza a doler la cabeza. Mis instintos asesinos se disparan. La mujer que está sentada justo a mi lado emite un gruñido de queja porque medio cuerpo mío ocupa parte de su "espacio". Joder, tú vas sentada, que se te ocurra quejarte. No respondo de mis actos.

Durante el trayecto se para, cómo no, varias veces en mitad del túnel. Incluso durante breves momentos se va la luz. Pienso que mi idea de empezar a asesinar gente a mi alrededor no sería muy efectiva, porque tal y como vamos, seguirían de pie, aplastándome. Muertos, pero perfectamente encajados en su sitio. En alguna que otra estación, obviamente también repleta, los impotentes usuarios empiezan a gritar y quejarse por no poder subir, argumentando que desde dentro estamos empujando hacia fuera para que no entre nadie. Sí, tienen razón, en realidad es que quiero mantener libres mis 10 metros cuadrados para darme un bailecito en el trayecto...

Cuando por fin llego a la estación donde hago el trasbordo (a la hora a la que ya debería estar desayunando en la oficina), sigo al grupo de gente, cual borrego, hasta el andén de la otra línea. Aquí se repiten las escenas anteriormente relatadas, con la diferencia de que en esta estación hay personal de seguridad que te indica cuándo no cabe nadie más en el vagón. Uy, ilusos, si ahí hay sitio para varias personas más; si vieses cómo he venido hasta aquí... La única diferencia en este segundo trayecto es que en este vagón, aprovechando que hay suficiente espacio como para mover el brazo, saco el libro y leo un rato, intentando evadirme de la realidad que me rodea.

Llego a la oficina tarde, sudando, cabreado, estresado, y encima no quedan bollitos de chocolate. Y cuando me siento descubro que no han arreglado el aire acondicionado.

Ay...

Aún quedan muchas horas por delante, esto no ha hecho más que comenzar...



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