Sorprendiéndose a sí mismo, ahí estaba
Santi, totalmente desnudo, mostrándose sin pudor ante ella. Parecían haber
desaparecido todos sus complejos e inseguridades, y se mostraba natural, con
sus pelos, su tripilla, sus cicatrices de la reciente operación. Eva era de las
pocas personas que había conseguido eso en tan poco tiempo. Con ella se sentía
confiado y a gusto.
No podía dejar de mirar sus ojos; esos
ojos grises azulados llenos de historias. Cómo se entornaban con su preciosa sonrisa,
que ella había sido incapaz de evitar en todo el día. Con sus dedos, recorría
las femeninas curvas, el pliegue del ombligo, los pequeños pezones, los lunares
de los hombros. Adoraba sus imperfecciones, todo aquello que se salía de los
cánones de belleza de las revistas. Sabía que prefería ese cuerpo que exploraba
ahora con sus manos a aquellos artificiales maniquíes. Esto era lo que le
excitaba, lo que había llevado a esas horas de desenfrenado sexo previo y
actual estado de atontamiento.
Santi no sabía qué era esto, a dónde les
llevaba y si tenía sentido; al fin y al cabo, hace apenas un mes era una
desconocida. Ahora sólo se preocupaba del momento, de entregarse a esa chica
con la que tenía una confianza digna de varios años de relación. Y así llegó el
amanecer, amenazando con una nueva jornada laboral sin haber dormido nada,
iluminando la habitación mostrando prendas aquí y allá.
- ¿Nos vemos esta tarde?
- Alguien tendrá que comerse todo lo que
sobró de la cena…
"Maldita sea, quita esa sonrisa que
me atrapa o no podré irme nunca a trabajar".
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