Con las novedades que últimamente trae mi vida, encabezadas por el piso nuevo, noto cómo el tiempo se me va esfumando... No tengo la sensación de estar agobiado de cosas, pero sí que es cierto que, si me paro a pensar, nunca tengo hueco para las mil cosas que venía haciendo antes.
Mi rutina era llegar a casa, directamente desde el curro o después de haber quedado con alguien, y encender el ordenador. Ponerme al día, en cuanto a noticias, correos, vídeos y redes sociales. Y después a la cama. Sin embargo, ahora raro es el día en que lo enciendo. De hecho, lo más sorprendente es que se me olvida que me compré ya el nuevo portátil y no lo he encendido más que una vez. Si no fuese porque me pongo al día en el metro gracias al smartphone, estaría desconectado del todo. Pero los mails pendientes y las cosas por mirar se siguen acumulando...
También pasa, y esto es más grave, con la gente. Lo de "vernos al menos una vez por semana" con mi grupo no siempre se llega a cumplir. Con el resto de amigos, tengo que planificar cenas o cafés hasta con semanas de antelación. Con la gente con quien tengo menos contacto, se está reduciendo al contacto virtual. Y a mi abuela no voy a verla tanto como me gustaría.
Quiero volver a tener un día de esos de "no hacer nada", otro de poder irme a pasear por el Retiro con el perro, ver a toda la gente que tengo pendiente, vaciar mi bandeja de entrada, sacar el portátil nuevo de la caja, aumentar la frecuencia de asistencia al gimnasio...
Y aunque estoy viviendo todo este año de cambios y novedades a tope, también husmeo en el horizonte para ver ese día en que todo se asienta y mi vida se estabiliza.